miércoles, 30 de mayo de 2012

Vamos a hablar de porno.


Porque sí, porque a mi me da la gana, porque yo lo valgo, porque esto lo escribo yo y porque me parece una forma cojonuda de recuperar este olvidado blog.

En realidad sí tengo razones para hablar del nebuloso mundo del cine para adultos, hace un par de días mi co-blogger Fragglerzuela, israelí de adopción, me comentaba que varias productoras pornográficas del país intentaban que se incluyera una sección para ellos en los festivales y premios patrios alegando que “El cine es cine en cualquiera de sus formas” algo con lo que no podría estar más de acuerdo.

Diferenciemos primero los dos tipos existentes de pornografía:

El primer tipo es el que todos conocemos, el que nos brinda YouPorn, el que llena nuestra carpeta My Shared Folder, el que se concibió unicamente para que sus consumidores llevasen a cabo sus tareas onanísticas en el menor espacio de tiempo posible. Burdo y excitante que cumple lo que ofrece: Sexo. Sexo sin estética, sin altas pretensiones argumentales y con un presupuesto irrisorio donde el mayor desafío técnico consiste en enfocar bien lo que viene siendo el fornicio.

El segundo tipo está reservado a unos pocos sibaritas del género, pequeñas joyas que van más allá del llamado, y reconocible, ‘porno con argumento’ donde cada escena es una cuidada coreografía inmersa en un escenario fastuoso, escenas absolutamente visuales en las que el sexo parece no ser otra cosa que una consecuencia, arte que dejaría en mal lugar determinadas superproducciones en cuanto a los aspectos más técnicos como iluminación y fotografía. ¿Por qué no pueden entonces coexistir con ellas con su propia categoría? Porque la mojigatería y la moralidad autoimpuesta del Siglo XXI nos dice que está mal, que es algo que debemos estigmatizar y condenar a las sombras, porque la libre expresión de nuestro deseo es algo sucio, algo que existe pero no se cuenta.

Como extra os diré que he visto mejores argumentos en películas porno que en cualquiera de Isabel Coixet.