Porque sí, porque a mi me da la gana, porque yo lo valgo,
porque esto lo escribo yo y porque me parece una forma cojonuda de recuperar
este olvidado blog.
En realidad sí tengo razones para hablar del nebuloso mundo
del cine para adultos, hace un par de días mi co-blogger Fragglerzuela, israelí
de adopción, me comentaba que varias productoras pornográficas del país
intentaban que se incluyera una sección para ellos en los festivales y premios
patrios alegando que “El cine es cine en cualquiera de sus formas” algo
con lo que no podría estar más de acuerdo.
Diferenciemos primero los dos tipos existentes de
pornografía:
El primer tipo es el que todos conocemos, el que nos brinda
YouPorn, el que llena nuestra carpeta My Shared Folder, el que se concibió
unicamente para que sus consumidores llevasen a cabo sus tareas onanísticas en
el menor espacio de tiempo posible. Burdo y excitante que cumple lo que ofrece:
Sexo. Sexo sin estética, sin altas pretensiones argumentales y con un
presupuesto irrisorio donde el mayor desafío técnico consiste en enfocar bien
lo que viene siendo el fornicio.
El segundo tipo está reservado a unos pocos sibaritas del
género, pequeñas joyas que van más allá del llamado, y reconocible, ‘porno con
argumento’ donde cada escena es una cuidada coreografía inmersa en un escenario
fastuoso, escenas absolutamente visuales en las que el sexo parece no ser otra
cosa que una consecuencia, arte que dejaría en mal lugar determinadas
superproducciones en cuanto a los aspectos más técnicos como iluminación y
fotografía. ¿Por qué no pueden entonces coexistir con ellas con su propia
categoría? Porque la mojigatería y la moralidad autoimpuesta del Siglo XXI nos
dice que está mal, que es algo que debemos estigmatizar y condenar a las
sombras, porque la libre expresión de nuestro deseo es algo sucio, algo que
existe pero no se cuenta.